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Con motivo del centenario del nacimiento de Eduardo Chillida, hablamos con su hijo Luis sobre cómo entendía la escultura y la vida este gran artista.

Luis Chillida es el séptimo hijo de los ocho que tuvo Eduardo Chillida. Y aunque no hace falta demasiada presentación para hablar del padre — el gran escultor del espacio y el tiempo— sí es necesario situar esta entrevista en el centenario del artista.
Luis nos recibe para hablar de la obra de su padre y la reciente colaboración que han llevado a cabo desde el Museo Chillida Leku con la marca de alfombras barcelonesa Nanimarquina.

Como gerente de la Fundación Chillida, ¿qué nos podrías contar sobre esta colaboración con Nanimarquina?

Llevamos doce o trece años colaborando con la marca. En total se han hecho ocho series y cada una de ellas es limitada.

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Parte de la colección de alfombras Chillida de Nanimarquina.

Mi hermano Ignacio es quien realiza toda la obra gráfica de mi padre desde finales de los años 70 y es el responsable de la edición y del trabajo con los diseñadores.

A mi padre le gustaban las reproducciones de su obra pero en un sentido práctico. Así como con la escultura y la obra tridimensional nunca aceptó su reproducción, con la obra gráfica y la obra tensada sí. De todas formas, cuando has tenido en la familia a un artista, siempre piensas: “¿Esto le hubiese gustado?”.

Mi padre hablaba de su obra en el sentido de una espiral; una espiral en la que sentía que su universo creativo le hacía pasar por sitios por los que ya había pasado diez, quince o veinte años antes. Decía que cada vez que pasaba lo hacía a una altura diferente. Había una evolución dentro de su propio mundo.

“En vida, mi padre no pensaba en el reconocimiento. Cuando terminaba una obra, esa obra acababa y se centraba en la siguiente. La propia obra era la que se defendía”.

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Vista al espacio exterior del Museo Chillida Leku. Crédito editorial: Iñigo Santiago.

¿Qué otras colaboraciones habéis hecho desde la Fundación con motivo del centenario de Chillida?

Recientemente se ha inaugurado la exposición temporal Una conversación: Chillida y las artes. 1950-1970 en el Museo San Telmo.

(Helena): enmarcada en la celebración del centenario del nacimiento de Eduardo Chillida, la muestra presenta el universo creativo del artista en el marco de la cultura artística de su época y centrándose en las dos primeras décadas, entre 1950 y 1970. Fue en ese momento cuando el escultor definió sus ideales estéticos y su imaginario plástico. Ambas cosas le acompañarán durante el resto de su vida.

Con tal de conmemorar ese centenario, el Museo San Telmo ha reunido más de cien obras de arte. Una selección en la que las obras de Chillida dialogan con las de otros artistas y que abraza disciplinas como el teatro experimental, la fotografía, la danza, el cine y la moda.

La exposición se enmarca en el amplio tejido de ideales, inquietudes y experimentación artística que hubo en las artes plásticas, la filosofía, la arquitectura, la danza, la fotografía o la música entre la década de los 50 y los 70. Un momento determinante para reconstruir la narrativa de la modernidad tras las tragedias bélicas.
Bajo ese contexto, la muestra presenta a Chillida “en conversación” con los artistas de su tiempo: Picasso, Miró, Arp, Julio González, Giacometti, Millares, Moore, Beuys, Aurelia Muñoz, Cartier-Bresson y Martha Graham entre muchos otros.

(Luis): Durante el centenario hemos trabajado mucho el concepto de “lugares de encuentro”, que es el título de varias obras públicas de mi padre. En total hizo unas 1360 esculturas.

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Obras de Eduardo Chillida en el Museo Chillida Leku. Crédito editorial: Iñigo Santiago.

“A él le gustaba meditar las cosas, drenarlas. Para él el tiempo era muy importante, así como trabajar en lo que no habías hecho. A veces he presenciado cómo han pasado diez o doce años desde que mi padre empezaba un proyecto hasta que se terminaba. Era cuestión de que cada cosa necesitaba su tiempo.”

Chillida fue un creador de lugares y uno de los artistas precursores en ahondar en el concepto de espacio público. ¿Cómo entendía él los conceptos de lugar y espacio público?

Para mi padre era muy importante el concepto de lugar, que está muy relacionado con todo lo que le rodea. La escultura genera un lugar, especialmente aquí en Barcelona, como la de la Plaça del Rei.
Le interesaba la idea de generar ese lugar en el cual la gente se reúne. Pensaba mucho en el lugar y en que la obra tuviera una escala adecuada para ese lugar.

Por ejemplo, mi padre trabajó con el filósofo Martin Heidegger e hicieron un libro titulado El arte y el espacio en el que Heidegger venía a decir que, cuando te aproximas a un lugar para actuar sobre él, en cierta manera el lugar cambia. Por ejemplo, cuando se creó la obra Peine del viento, yo recuerdo que tenía 13 años. Al crear la escultura se generó un lugar que ya tenía su propia autonomía. De ahí el gran interés que tenía mi padre en la obra pública, porque es de todos. Fue precursor en el concepto de obra pública.

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Eduardo Chillida junto a la obra Peine del viento, 1977. Crédito editorial: J. Uriarte.

¿Crees que ese entorno en el que creció y desarrolló su obra fue clave en su forma de entender el espacio?

Sin duda. Él decía de sí mismo que se sentía como un árbol, con las raíces en la tierra y las ramas abiertas al mundo.

En su concepción del espacio público hay una voluntad de reivindicar cierta utopía. Esto se ve muy reflejado en Chillida Leku. ¿Cómo construía él esa utopía?

Chillida Leku, al ser algo que dependía directamente de él y de mi madre, no fue tanto una utopía. Sin embargo, para mí hubo otros proyectos que sí fueron claramente una utopía, como es el caso de Tindaya, en Canarias.

«Cuando has tenido en la familia a un artista, siempre piensas: “¿Esto le hubiese gustado?”»

Cuando trabajaba con piedra o alabastro, mediante un bloque natural de granito iba introduciendo el espacio dentro de la materia. Y entonces un día soñó una utopía, que fue ponerse de acuerdo con un cantero que explote la montaña y que en lugar de sacar la piedra destruyendo la montaña entre dentro y genere un espacio en el interior de la montaña para todos. Un espacio que contaba con la iluminación del sol y de la luna. Esto es lo que intentó hacer en Tindaya. Finalmente no se hizo porque era muy complicado. Para él, esa era su utopía.

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Obra Arco de la libertad. Crédito editorial: Mikel Chillida.

¿Qué obra dirías que fue la más importante para él?

Para mi padre cada obra ha sido la preferida y la más importante mientras la estaba haciendo.

Desde mi prisa te diría que ha habido dos obras muy importantes en su trabajo. La primera es Peine del viento, en San Sebastián, que se inauguró cuando llevaba 30 años creada porque en el momento de inaugurarla no se entendió. Era una obra adelantada a su tiempo.
La segunda es Elogio del horizonte, una obra que está en Gijón. Mi padre siempre creyó que el horizonte era la patria de todos los hombres, sobre todo de los que vivimos junto al mar. Quería hacer un elogio al horizonte y empezó a pensar en ello en torno al 1975-1980. Ese lugar en Gijón era una antigua fortaleza militar. Entonces se empezó a dar cuenta de una cosa: todos los lugares que le parecían adecuados eran militares, porque los militares siempre habían querido dominar el horizonte.

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El lado más personal…

¿Cuál es el estilo que más te gusta?

Dentro del arte creo que cada artista tiene un estilo, y a veces puede haber un estilo que te guste o interese sin que sea exactamente el que pensabas que te iba a gustar.

Un artista en concreto

Muy influenciado por mi padre, Brancusi.

¿Coleccionas algo?

Tengo colecciones de arte.

Un país al que volverías 100 veces

Euskadi.

Un viaje pendiente

Todos los viajes son interesantes, pero no tengo ninguno pendiente.

Un hábito diario

Dejar de fumar.

Un hobbie

Soy piloto de coches y de motos, y ese es mi gran hobbie.

Un color

El azul.

Helena Moreno

Periodista cultural de Barcelona. He colaborado en medios como El País y Exit Media. Me interesa el arte, el diseño, la gastronomía y descubrir lugares singulares; entre ellos hoteles.